miércoles, 5 de agosto de 2015

Misceláneas


DAMA IMPACIENTE

Aquella mujer hacía de los hombres estatuas vivientes. Pronosticaba idilios a la distancia como si vaticinara una jornada primaveral entre sus relaciones; pero nunca llegaba a concretar sus citas. Escribía cartas anunciando encuentros que nunca cumplía. Para cada encuentro había, enseguida, un desencuentro, cuya propuesta quedaría abrochada en un imaginario muro de los recuerdos. Aquella mujer, era la representación viva de la inseguridad. Cuando decidía ponerse un vestido, enseguida cambiaba de opinión y se fijaba en otro, y así sucesivamente. Cuando asistía a su sesión de análisis, su terapeuta, religiosamente, optaba por mirar al techo. Eran tantas las veces que cambiaba su relato, que su psicoanalista decidió cambiar de paciente; pero ella, insistente, lo perseguía con su discurso por toda la ciudad, sin parar de hablar, hasta que éste, abrumado por la persecución, se convertía en estatua. Un día, de la boca de aquella mujer salieron plumas, cientos de plumas, con las que ella se empeñaba en revestir sus estatuas vivientes que ahora optaban por elevarse al cielo. De ahí que cuando dirigía su mirada hacia el este o hacia el oeste, automáticamente, sus estatuas cambiaban la orientación de sus existencias que, ahora, volaban como mariposas… Para que bajaran a tierra, las estatuas debieron perder sus plumas, y las plumas, perder las palabras.
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