miércoles, 6 de mayo de 2015

Francisco Bendezú

Como en un tenebroso cuento de Poe


Guardo un especial cariño por este poeta peruano que obtuvo dos veces el Premio Nacional de Literatura. Lo conocí en el año 1972, cuando estuve por primera vez en Lima, procedente de Santiago de Chile, durante el gobierno de Salvador Allende. Fue en el Instituto Nacional de Cultura, frente a la Iglesia de San Francisco. Era la época del General Velasco Alvarado, un militar de raíces nacionalistas que reunía la atención periodística del momento. Yo estaba preparando una antología viva de la poesía latinoamericana y me planteaba muchos interrogantes de tipo estético literarios. Trataba de reunir las experiencias de los grupos poéticos y sus intencionalidades estéticas. Y para eso, me reuní con poetas de la generación del cincuenta, sesenta y setenta, que eran los que entonces tenía a mi alcance. Así, conocí a Francisco Bendezú, Washington Delgado, Carlos Germán Belli, entre otros… Y entre los de la generación del sesenta, a César Calvo y Antonio Cisneros, que eran los que mejor representaban a la poesía del momento. De la generación posterior, todavía estaba por verse; aunque sonaban ya algunos nombres… Recuerdo que en esos días, un terremoto había sacudido la capital. Para mí fue una experiencia estremecedora, ya que nunca había presenciado un cataclismo de esos. Derrumbes, cables sueltos, gente atolondrada por el espectáculo que daba la ciudad y un espectro político que despertaba expectativas. En realidad, Bendezú, fue mi sincero amigo. Tan espontáneamente sincero que me obsequió dos de sus libros, Los años (1961) y Cantos (1971), y la más bella historia de amor hacia una compatriota que residía en Rosario, Argentina, otra a la que nunca conocí. De allí que sólo la recuerdo por su historia oral tantas veces repetida por el poeta. Y otra de sus pasiones fue el alcohol, porque lo trasladaba, creo, a vencer las distancias y a expresar sus obsesiones poéticas, de suerte que cada vez que me confiaba sus historias, al rato debía ser rescatado por algún otro poeta que ya sabía de antemano de las debilidades etílicas de nuestro poeta.

Por aquel entonces yo llevaba en mi haber poético, dos libros publicados en editorial Losada: Los gestos interiores (1969) y Según las reglas (1972). Libros que fueron celebrados por el poeta que, también, era un catedrático eminente de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y uno de los exponentes más serios de la Lengua castellana en el Perú. Estar en su compañía reconfortaba mi espíritu por su calidez humana y su modesto comportamiento, libre de cualquier desmesura intelectual… Una anécdota que ahora recuerdo como simpática, fue la de haber estado hablando de literatura en un restaurante desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche. Todo un acontecimiento coronado por una recitación del poeta en una de las mesas del establecimiento. Además de conocer desde su experiencia, algunas pintorescas anécdotas con personajes que él había conocido en Italia y España, países en los que había estado en años anteriores. Esa, lo sé, fue una noche con reminiscencias de jazz (que él admiraba) y poesía de raigambre vallejiana y, por supuesto, propia. Y el poema a Mercedes, su amor, imposible y perpetuo que comienza diciendo:

Yo soy el granizo
Que entra aullando
por tu pecho desquiciado.

Soy tu boca.

Yo atesoré a ras del sueño,
Debajo de las horas,
El latido de tus pasos por el polvo de Santiago,
Y tu densa fragancia de magnolia,
Y tu lenta cabellera
Con perfil de éxtasis o algas,
Y el ardor fulmíneo de tus ojos, que de noche,
Como naves sobre  el mar,
La bruma iluminaban.

Como guijarros de playa,
O nostálgicos  boletos entre cintas y violetas olvidados,
Enterré en mi corazón la línea de tu frente,
La piedra gastada de tus codos, tus sílabas nocturnas,
El fulgor de tus uñas, tus sonrisas,
La loca luz de tus sienes.
¿No sientes trasminar mi dolor a través de tu cuchara?
Mi memoria quedó tal vez en ti
Como las ediciones vespertinas
En las bancas de los parques desahuciadas.

Por aquella época yo transmigraba en peregrinaciones callejeras y mundanas buscando el poema raro y los poetas de lenguaje más raro aún para mi proyecto Poesía nueva  latinoamericana, libro que apareció recién en 1981, precisamente en el Perú y en las prensas de una editorial que era propiedad de un grande de la cultura peruana, José Carlos Mariátegui, de la Minerva Librería editorial Miraflores, bajo el sello El gallinazo, inventado por mí. Y este gran poeta, era un compañero de viaje que atemperaba con beneplácito y profundo sigilo, una empresa poética de semejante criterio y  carismático destino. Digo esto porque recorrió meridianos insólitos de geografía iberoamericana y congregó a buena parte de comensales líricos y dramáticos críticos del continente. No obstante sus recorridos e interminables conferencias por otros países andinos, seguí volviendo al Perú durante muchos años; pero ese itinerario hubo de detenerse en 1995, después de la aparición de mi libro Hypnos, que fuera publicado en el Perú bajo el sello editorial de Gabrielle editores. De ese libro, precisamente, el poeta Francisco Bendezú, dijo: “Hypnos es un libro deslumbrador, un lujo del idioma en estos tiempos... Me lo leí de punta a punta. Y me llamó la atención, como es natural, la sutileza y el adensamiento de las calidades de ese lenguaje rítmico, que insinúa una estructura del contraste, con extrañas alianzas semánticas y verbales, en virtud, creo yo, de una alquímica de la lucidez...”

Pero este poeta vivía olvidado, casi, en su propio país. Era un lector devorador de libros y de recuerdos que brillaban en su fantástica memoria. Recuerdo que vivía en un barrio limeño llamado La Marina. Y enterado por otros amigos que estaba pasando por una mala racha de salud, me acerqué a su casa en la que convivía con un hermano suyo. Ya vienen a mi mente otros versos que continúan el Canto a  Mercedes:

Tu sombra es mi tintero.
Juventud.
¡Juventud mía!
¿Qué tumbos socavaron
La torre más alta de mi vida?

¡No habrá nunca
Hilo más puro
Que tu larga mirada
Desde lo alto de las escaleras,
Ni lampo de cometa comparable
A la curva nevada de tus dientes!
Cantaba la mañana
En las pálidas cortinas y la hierba.
El tiempo cintilaba en tus vidrieras
Como sólo una vez el tiempo parpadea.
Ya no estás entre las flores. Ni volverás
Jamás a estarlo. ¿Qué tu amor sino labios
Que escrituras en el viento fueron?

¡Yo quiero que me digan
Si el amor, como los pájaros,
Se va a morir al cielo!

Me acuerdo de una noche de trenzas y peldaños,
Y óxido y collares,
Me acuerdo, como ayer, de lo futuro.

¡Quiero acuñar como el otoño,
Medallas en las calles,
O beberme llorando tu ausencia en los teléfonos,
O correr, correr a ciegas por
Los tejados de todas las ciudades
Hasta perderme para siempre o encontrarte!

Fue grata aquella visita; pero demasiado lúgubre y desteñida. Me recibió su hermano y luego el reencuentro en una habitación semi oscurecida  en la que me apoltrono frente a un  ventanal que da a la calle. Paco Bendezú se sienta  en diagonal mío en un sofá de estilo dieciochesco y me extiende una bebida con la que brindamos. Le noto muy cansado y encanecido. Vuelven los recuerdos y aparece su hermano que oficia de servidor.  Me pregunto por qué esa penumbra. Las palabras se abren como flores de un jardín sonoro. Van surgiendo los inevitables registros de poetas: César Vallejo, Pablo Neruda, Ezra Pound, García Lorca… Yo veo al trasluz un movimiento extraño y trato de fijar mi atención visual… En el respaldo del sofá se mueven unas pequeñas criaturas con gran vertiginosidad… Distingo unos diminutos ratoncillos que salen disparados hacia la oscuridad. La voz del poeta, en tanto, pasa a segundo espacio, como si fuera la voz de un poema de Edgar Allan Poe… Y en vez de un cuervo, el que recita, es un ratón… No digo, prudentemente, absolutamente nada. Y es entonces cuando el poeta me ofrece otra bebida. Yo pienso en un cuervo que dice: ¡Nevermore! ¡Nevermore! La oscuridad  me lleva a preguntar por aquel amor con una argentina de la que no tuvo más noticias…

¡Otra vuelta estar contigo!
¡Oh día de verano
Extraviado en alta mar
Como una mariposa!
Contra el flujo incoercible de los años
Los días, uno a uno,
Absurdamente buscan tu lámpara en las sombras,
No la penumbra, no el espejo de la muerte.
Sino el cristal de la esperanza:
Tu ventana que sólo está en la Tierra.
¡Asperciones de ceniza para tu boca cerrada!
Otra vez tengo veinte años, y sonámbulo, y en llanto
A la puerta de tu casa estoy llamando,
Al pie de tu reja, como antaño,
Bajo la lluvia sin telón ni máscaras ni agua.
¡Oh zumbantes calendarios
Que en vano el cierzo,
Como a encinas,
Deshojara!

¡No me digas que te quise! Te quiero.
Te debía este lamento, y aunque un grito
Mi sangre apenas sea,
También te lo debía: un solo interminable
De un corazón en las tinieblas.

De aquel último y sentido encuentro, pasaron varios años. Entramos en otro siglo. La frente de aquella casa y sus habitantes quedaron en la memoria y la voz del poeta cobra una dimensión inaudita. Me entero por una información periodística que el poeta muere de cáncer y posterior ataque cardíaco un 16 de abril del año 2004. Yo estaba en Venezuela. La poesía seguía habitando aquella memoria que se había apagado como una vela en un cuento de Poe.





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