miércoles, 4 de mayo de 2011

El envenenador de Londres


THOMAS GRIFFITHS WAINENWRIGTH

Las ancianas y la turba de lectores

De periódicos se satisfacen con cualquier

Cosa, con tal de que sea bastante sanguinaria.

Thomas De Quincey

Un envenenador es una especie rara de ingeniero de almas,

que acorta el camino de los sueños como si fueran cables de alta

/tensión.

(En el buen sentido de la palabra, el envenenador ama el verbo

/llorar.)

Traza vías rápidas para alcanzar el dominio de los dioses.

A lo menos, es un apreciable conocedor de la gama de azules

/índicos,

que asume un papel de sacerdote bonachón y alegre,

Para los líquidos compuestos del mal, en un jardín inesperado

/de angelotes dormidos.

El envenenador no cuenta sus pasiones. Tampoco elige el

/arrepentimiento.

Sabe maniatar la desidia con la paciencia de un oficiante secreto.

Es buena condición para él saber escribir una carta de cortesía

que no llegará nunca al domicilio correcto.

(Según deja entrever Oscar Wilde de su pluma.)

¡Son tan bellas las variedades de cristalitos de nuez vómica india!

Cuando se escribe sobre el veneno –las infinitas variedades

/del veneno-,

entre la miserabilidad humana y sus encendidas pasiones,

que a veces resultan repugnantes,

no queda otra cosa más adecuada que destilar las

/argumentaciones

como líquidos entintados y dañinos en frasquitos de la noche.

Jamás dejará huellas del triunfo antes de que lo invada el llanto

/y lo arruine todo

(en el mejor sentido de la palabra, claro está),

que contenga el verbo llorar como una bandera flamante…


Manuel Ruano

(tomado del libro Los Cantos del Gran ensalmador,

Monte Ávila Editores, Caracas, 2005)

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