jueves, 27 de enero de 2011

Una joya de la poesía inglesa

John Keats
(1795-1821)

ODA A LA INDOLENCIA


I

Una mañana vi, de pronto, tres figuras;
Blancos mantos vestían y calzaban sandalias;

Seguíanse las tres, de perfil, y en silencio,

Inclinadas las frentes, por encima las manos.
Pasaban, cual relieves de un ánfora de mármol

que hiciéramos girar en pos del lado oculto;
Y cual vuelven las formas que vimos al principio

Cuando sigue girando, mostráronse de nuevo.

Yo no las conocí, lo que no es de extrañarse

Tratándose de vasos y un adepto de Fidias.

II

Cómo es posible, sombras, que yo no os conociera?
¿Por qué tales disfraces y máscaras tan mudas?
¿Habéis tramado, acaso, un complot, en sigilo,

Para huir en silencio y dejar sin empleo
Al ocio de mis días? Propicio era el momento;

La bienaventurada y estival indolencia,

Al cerrarme los ojos, retardaba mi pulso;
No era el dolor espina, ni eran flor los placeres.

¿Por qué no os fuisteis, sombras, dejando a mis sentidos

Desprovistos de todo, sólo llenos de -Nada?


III

Y por la vez tercera se repitió el desfile;
Pero, antes de partir, m
ostráronme sus rostros
Por un fugaz instante. Cuando vi quiénes eran,

Clamé por tener alas para poder seguirlas.
Era Amor la primera, la más bella de todas;

La Ambición la seguía, con la tez macilenta

Y los ojos cansados por la eterna vigilia;

Y cerrando la marcha, esa virgen esquiva

A quien yo tanto amé, más culpable por ello;

Te he nombrado bien mi demonio, - Poesía.


IV

Se fueron, y ¡de veraz! clamé por tener alas;
¡Qué locura la mía! ¿Acaso alguno sabe
Qué cosa es el Amor y dónde se lo encuentra?
¿Y la pobre Ambición? ¿No nace de esa fiebre

Que la flaqueza humana, efímera, alimenta?

En cuanto a la Poesía, ningún placer le debo
Que valga lo que el dulce sopor del mediodía

O la miel de la tarde que muere en la indolencia.

¡Quién me diera vivir en una edad dichosa,
Exenta de molestias, en la que fuera dado

Ignorar para siempre las fases de la Luna

Y a la que no llegara la voz del buen sentido!


V

Y otra vez retornaron, ¿para qué, yo pregunto?
Mientras mi sueño teje sus obscuras visiones,

El alma, cual un prado, alfómbrase de flores

Y de sombras movibles y engañosos reflejos.

Aunque cuelgan del techo de nubes de la aurora

Las lágrimas de Mayo, no llega a caer la lluvia.

Óyese a los zorzales, por la ventana abierta,

Y por ella el vaho de las viñas.

¡De separarnos, sombras, ha sonado la hora!

Mis lágrimas, empero, no han de mojar su manto.

VI

¡Pues bien, adiós, fantasmas! Fuera vano el intento
De levantar mi frente de la florida yerba;

No es manjar de mi agrado la terrena lisonja

Ni me cuadra el papel que me dais en la farsa.

Borraos de mis ojos y volved sin demora

A vuestro sitio, máscaras, en la soñada urna.

¡Adiós! Aun le quedan visiones a mi noche

Y plétora de sombras reservo para el día:

¡Fantasmas, ascended, desde mi mente ociosa

Al claustro de las nubes y no volváis ya nunca!


(Traducción Julio A.Roca)


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