jueves, 21 de octubre de 2010

LOS POEMAS

Llegan, como llega una revelación;

jamás por el deseo.

Suelen ser buenos o malos,

como los buenos o malos presagios.

A veces, son el regalo secreto de algún dios,

las hojas mojadas de un árbol pensativo

que el tiempo ha ido guardando tras

la puerta.

Casi siempre, se refugian en mí

como silicios extenuados.

Son las ramas soñadoras de un árbol,

que golpea la ventana con la melodía secreta

del amor.

O son sombras de otras sombras,

cautivos duendes de azul cobalto,

que van agarradas de la mano en soledad.

Los poemas son un lugar olvidado

en la penumbra.

La madre que todavía duerme en el viejo

papel,

como el rastro de la tinta de un río cansado.

Son las hojas reveladoras de los días

y las noches.

Yo casi nunca recojo sus hojas secas;

trato de olvidarme de esas páginas;

porque me gusta escuchar la ráfaga del viento

en su quejido

después el canto de la lluvia.

Pero casi nunca encuentro esos poemas;

ellos me encuentran a mí.

Largas jornadas han formado ese libro

de un árbol pensativo

que enturbia a cada instante mi soledad.


Manuel Ruano


martes, 12 de octubre de 2010

Lugonianas

Este poema de Leopoldo Lugones,
en el que algunos intérpretantes del
Conde de Lautréamont

descubren paralelismos y raras connotaciones
con los
Cantos de Maldoror,
data de 1897.



M E T E M P S I C O S I S


Era un país de selva y amargura, - un país con altísimos
abetos, - con abetos altísimos, en donde - ponía quejas el
temblor del viento.- Tal vez era la tierra cimeriana - donde es-
taba la boca del infierno, - la isla que en el grado ochenta y sie-
te -de latitud austral, marca el lindero - de la líquida mar; so-
bre las aguas - se levantaba un promontorio negro, - como el
cuello de un lúgubre caballo, - de un potro colosal, que hubie-
ra muerto - en su última postura de combate, - con la hincha-
da nariz humeando al viento. - El orto formidable de una no-
che - con intenso borrón manchaba el cielo, - y sobre el fon-
do de carbón flotaba - la alta silueta del peñasco negro.- Una
luna ruinosa se perdía - con su amarilla cara de esqueleto - en
distancias de ensueño y de problema; - y había un mar, pero era
un mar eterno, - dormido en un silencio sofocante - como un
fantástico animal enfermo.- Sobre el filo más alto de la roca, -
ladrando al hosco mar, esta un perro.
Sus colmillos brillaban en la noche - pero sus ojos no, porque
era ciego.- Su boca abierta relumbraba, roja - como el vien-
tre caldeado de un brasero; - como la gran bandera de vengan-
za- que corona las iras de mis sueños; - como el hierro de una
hacha de verdugo - abrevada en la sangre de los cuellos. - Y
en aquella honda boca aullaba el hambre, - como el sonido
fúnebre en el hueco - de las tristes campanas de Noviembre.
- Vi que mi alma con sus brazos yertos - y en su frente una
luz hipnotizada - subía hacia la boca de aquel perro, - y
que en sus manos y sus pies sangraban, - como rosas de luz,
cuatro agujeros; - y que en la hambrienta boca se perdía -,
y que el monstruo sintió en sus ojos secos - encenderse dos
llamas, como lívidos - incendios de alcohol sobre los miedos.

Entonces comprendí (¡Santa Miseria!) - el misterioso amor
de los pequeños; - y odié la dicha de las nobles sedas, - y las
prosapias con raíz de hierro; - y hallé en tu lodo gérmenes de
lirios, - y puse la amargura de mis besos - sobre bocas pur-
púreas, que eran llagas; - y en las prostituciones de tu lecho
- vi esparcidas semillas de azucena, - y aprendí a aborrecer
como los siervos; - y mis ojos miraron en la sombra - una
cruz nueva, con sus clavos nuevos, - que era una cruz sin
víctima, elevada - sobre el oriente enorme de un incendio,-
aquella cruz sin víctima ofrecida - como un lecho nupcial. ¡Y
yo era un perro!





Argentina 1874-1938


(Tomado de Antología Poética
de Leopoldo Lugones,
Alianza Editorial, 1998)