jueves, 8 de julio de 2010

La página del Dandy

UN ARTE MUY ANTIGUO O ELOGIO DEL LANCE

Desde la escuela primaria adoraba las historias de duelos entre caballeros. No fueron pocos los libros que leí sobre el tema.


Una concentrada tradición española enfunda dramáticos lances en su literatura que admirarían a un soñador como era yo, cuando vivía obsesionado por ser un espadachín de la corte o un escritor a lo Garcilaso de la Vega, trepándome a los muros de un soñado castillo del siglo XVI, o reviviendo las hazañas de Quevedo en un callejón madrileño, entre sombras, bodegones y espadachines de rostro oculto en un cruce a muerte. Sí, el duelo es más que un acontecimiento para “lavar el honor de una persona”. Porque el honor… ¿Qué significa el honor? Me gusta más la palabra dignidad, que es la que le enseñan a uno a hacerla respetar desde que toma conciencia en este mundo transitorio y desmesurado en el que la injusticia es el plato diario que de vez en cuando a uno le arrojan a la cara. Por eso el duelo es algo íntimo que no va aparejado a una clase social, a un deber político o un acontecimiento patriótico a algo así; aunque podría ser algo, casualmente, inherente a ellos. Un duelo, es una elección perfectamente entendible. Es una ecuación personalizada que declara a viva voz la existencia y, también, lo que podría conjeturarse como un grito descarnado de la existencia. Antecedentes a esto que digo, hay muchos. Por ejemplo, la muerte por la conquista de una mujer, como la ocurrida en el Méjico colonial al poeta sevillano Gutierre de Cetina.

En Buenos Aires está el duelo a cuchillo que tanto admiraba el viejo Borges. Los cuchilleros de antaño son como el que describe en su Milonga de Jacinto Chiclana. Sospecho que lo que estoy queriendo decir es que la muerte, no vale o no tiene, en realidad, el peso específico y la dimensión de un poema, cuando ese poema se traduce en sangre, en valentía o en proyección espacial de un acto que podríamos llamar heroico.

En Argentina, son incontables los duelos de todo tipo realizados por personajes reconocidos o anónimos. Uno peculiar, según cuentan los allegados al caso, fue el duelo entre dos parlamentarios: Lisandro de la Torre y el que más tarde fuera presidente de la nación, don Hipólito Irigoyen. Y también un nieto del creador del himno nacional, Vicente López y Planes, don V. López con un general llamado P. Sarmiento, que al parecer, nada tendría que ver con el que fuera presidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento. Y, entre otros tantos, el protagonizado por el senador socialista Alfredo Palacios, más de una vez por algún pleito político.

Vale decir, que el duelo es un acontecimiento individual, llevado a cabo por dos soledades agraviadas que desean una compensación a su dignidad ofendida.

El mismísimo creador del socialismo científico, Carlos Marx, fue duelista y perpetrador de ese antiquísimo lance entre caballeros. Se dice que muchas guerras han sido detenidas gracias a un duelo oportuno entre dos rivales líderes de los ejércitos en pugna. Así se cuenta sobre el lance entre Héctor y Aquiles durante el imperio griego. Yo creo que muchos resentimientos se resolverían si dos soledades indignadas resuelven sus diferencias entre sus padrinos.

Dice Borges en Milonga para Jacinto Chiclana:

Me acuerdo. Fue en Balvanera,
En una noche lejana
Que alguien dejó caer el nombre

De un tal Jacinto Chiclana.

Alguien se dijo también

De una esquina y de un cuchillo;
Los años nos dejan ver

El entrevero y el brillo.

Quién sabe por qué razón
Me anda buscando ese nombre;
Me gustaría saber

Cómo habrá sido aquel hombre.

Alto lo veo y cabal,
Con el alma comedida,
Capaz de no alzar la voz
Y de jugarse la vida.

Nadie con paso más firme
Habrá pisado la tierra:

Nadie habrá habido como él
En el amor y en la guerra.

Sobre la huerta y el patio
Las torres de Balvanera
Y aquella muerte casual
En una esquina cualquiera.

No veo los rasgos. Veo,
Bajo el farol amarillo,
El choque de hombres o sombras
Y esa víbora, el cuchillo.

Acaso en aquel momento

En que le entraba la herida,
Pensó que a un varón le cuadra
No demorar la partida.

Sólo Dios puede saber

La laya fiel de aquel hombre;
Señores, yo estoy cantando

Lo que se cifra en el nombre.

Entre las cosas hay una
De la que no se arrepiente
Nadie en la tierra. Esa cosa
Es haber sido valiente.

Siempre el coraje es mejor,
La esperanza nunca es vana;
Vaya pues esta milonga

Para Jacinto Chiclana.

Hace poco leí el cuento de Joseph Conrad, Los duelistas, que también fue maravillosamente llevado al cine con dos magníficos actores. Conrad, lleva esa intencionalidad a extremos obsesivos entre dos hombres que ni siquiera eran enemigos, sino oficiales del ejército napoleónico que se enfrentaban sin otra intención que la de probar sus habilidades con el florete, el sable o la pistola. Eso indica, pienso, que el lance entre dos personas no está envilecido por el dinero o por la posición social. Hubo, es claro, lances que traían esos propósitos. Pero yo me refiero a ese otro lance que obedece más al orgullo de una persona. Como el orgullo de Puskin, el genial poeta ruso al batirse con un franchute que puso en duda la dignidad de su esposa. También fue un defensor del duelo en su célebre novela Eugenio Onegin, cuando su protagonista se ve en la necesidad de encerrarle un balazo de pistola a su amigo, por una apretada obstinación personal de su oponente. Un caso similar se le presentó al general Lucio V. Mansilla, sobrino del dictador Juan Manuel de Rosas, cuando tuvo la necesidad de batirse con un periodista por no se qué disparate que este le había propinado en la prensa de Buenos Aires. El general lo explica en sus Memorias y da sus razones. Los padrinos están nerviosos. Los médicos esperan con impaciencia. Veinte pasos separan a los dos contrincantes en el campo de honor. El duelo esta por comenzar. De una lado el desafiante, el escritor y militar Lucio Mansilla. Del otro el desafiado, Pantaleón Gómez, director del diario El Nacional. En ese diario se había publicado una sátira sobre Mansilla, lo que produjo el duelo. El honor se defendía en el terreno, una quinta en Buenos Aires un 7 de febrero de 1880.

A la voz de fuego Gómez apunta al piso y dispara mientras dice “Yo no mato a un hombre de talento”. Pero no llego a terminar de decir talento, cuando la bala de Mansilla da de lleno en su cuerpo y cae herido de muerte. El autor de “Una excursión a los indios ranqueles” se acerca a Gómez, agonizante. Se arrodilla y llorando le besa la frente.Un incidente similar, pero ahora en Francia, será como una sombra que perseguirá al escritor Polignac y Nesle por una competencia entre dos mujeres que ambicionaban al duque de Richelieu como amante. Debido a ese verdadero escándalo para la época, ambas damas fueron expulsadas de la corte. El desencontrado amor de estas mujeres no pudo impedir que en el duelo saliera una de ellas herida ligeramente en el hombro. Y fue Madame Nesle, la que resultó herida. Sin embargo, ninguna de las dos renunciaría a ser amante del duque Richelieu.

En la historia de la literatura hay muchísimos casos de duelo entre dos caballeros. Recordemos en don Quijote de la Mancha, de Cervantes, el duelo entre el caballero de la Medialuna y don Quijote. En Shakespeare, por ejemplo, el encuentro entre Hamlet y Laertes, en el que Hamlet es herido de muerte ante la mirada de todo el reino. Y ni hablar de la literatura gauchesca donde abundan los encuentros a cuchillo pelado.

Un famoso libro escrito en 1900 por el español Marqués de Cabriñana, Código del honor en Esp
aña, es una especie de vademécum de los lances entre caballeros, donde se dispone de una serie ordenada de lo que son y representan las ofensas inferidas a un sujeto y los privilegios con los que cuenta el ofendido. El uso del florete, del sable o de la pistola y sus reglamentos. También, el libro contempla la utilidad de los padrinos y el lugar escogido para efectuar el duelo en el artículo 54, dice: “El caballero que recibe una ofensa leve debe pedir inmediatamente, y en términos corteses, explicaciones de la misma; y si éstas fueran satisfactorias o se le negase lealmente la intención de ofenderle o molestarle, debe darse desde luego por satisfecho sin hacer nombramiento de padrinos.” En el capítulo diez y siete, habla de los árbitros y tribunales de honor: “Se llama tribunal de honor a la reunión de personas nombradas por una de las partes para emitir su dictamen respecto a una cuestión previa de recusación, designadas por ambas para dirimir sus controversias.” El libro, abunda en detalles de la lógica del duelo.

De ahí que la poesía tenga un punto de contacto con el lance. Por ejemplo, cuando el duelo cobra una dimensión mayor, o sea ante la injusticia, es el pueblo quien decide tomar la iniciativa del lance, como lo explica Quevedo en un soneto: Por más poderoso que sea el que agravia, deja armas para la venganza: "Tú, ya, ¡oh ministro!, afirma tu cuidado en no injuriar al mísero y al fuerte;/ cuando les quites oro y plata, advierte/ que les dejas el hierro acicalado;// dejas espada y lanza al desdichado/ y poder y razón para vencerte; / no sabe pueblo ayuno temer muerte;/armas quedan al pueblo despojado.// Quien ve su perdición cierta, aborrece/ más que su perdición la causa della,/ y ésta, no aquélla, es más quien le enfurece.// Arma su desnudez y su querella/ con desesperación, cuando le ofrece/ venganza del rigor quien le atropella."


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