miércoles, 4 de noviembre de 2009

En primavera con Louis Feuillade

I

INTRUSO EN EL HARÉN DE DIOS

Desde hace siglos jugamos a encontrarnos
y a desencontrarnos en un paisaje del Bosco.
En cada encuentro te declaro mi amor,
y en cada desencuentro la locura de mi amor.
Desde ahora en adelante, tendremos un encuentro definitivo,
y un desencuentro definitivo,
para que un nuevo pintor nos vista en la celebración
/ de la naturaleza y el color,

y nos desnude para siempre en su memoria.

(De Los Cantos del Gran Ensalmador, Monte Ávila Editores,
Col. Altazor,Caracas, 2005)


martes, 3 de noviembre de 2009

Vampiros y vampiresas

EL VAMPIRO DE CUMANÁ

“Toda alma es un nudo rítmico”
Stéphane Mallarmé

A Augusto Tamayo Vargas, i.m.,
que gustaba de este relato

Uno le canta a la luna o le recita a los murciélagos; pero yo no tuve más remedio que hacerme compañero eventual de un vampiro.

Esta historia es tan cierta como el agua que corre en el río Orinoco. Puede que los años transcurridos cuelen en el relato algunas imprecisiones; pero éstas, de colarse, no son voluntarias. Seguramente se explicarán por sí solas como materia del subconsciente. Baudelaire, decía:

El Vampiro

Tú, que, como una cuchillada,
Entraste en mi doliente corazón;
Que, en tromba, como un rebaño
De demonios, ornada y loca,

De mi alma humillada vienes
A hacer tu lecho y tu dominio;
-Infame a quien estoy ligado
Como el forzado a su cadena,

Como a su juego el jugador,
Como el borracho a la botella,
Como a la carroña el gusano.
-¡Oh, maldita, maldita seas!

Solicité a la veloz espada
La conquista de mi libertad
Y rogué el pérfido veneno
Que socorriera mi cobardía.

Ay, que la espada y el veneno
Desdeñosos, me han respondido:
"No eres digno de ser librado
De tu maldita esclavitud,

¡Imbécil! - de su dominio,
Si te soltaran nuestros esfuerzos,
Tus besos resucitarían
Al cadáver de tu vampiro".


Creo que este soneto de Las flores del Mal, abre un poco el cortinaje de este episodio acaecido en 1978, en ocasión de mi segunda visita al Estado Sucre, Cumaná, invitado por la Casa de la Cultura “Andrés Eloy Blanco”, para dar una conferencia sobre el poeta Oliverio Girondo. De tal manera, que, para quien conozca su obra, el sólo hecho de referencia a sus Espantapájaros, deja una sobrecarga de metempsicosis y símbolos que no son, no pueden dejar de ser, dentro del sobrecogimiento lírico que producen, un prefacio a lo que trato de narrar de este sitio de paisajes verdaderamente ardientes y costas marinas espectaculares, donde la noche traduce –intuyo- los misterios de los mitos más antiguos. Aquí, mi atrevido lector, es donde las criaturas se muerden a sí mismas, de no contar con un inspirador de historias que coloque los personajes en su sitio. A este servidor, al menos, le provocan las historias con espantos, demonios y aparecidos; aunque su sentido le aconseje estar en permanente vigilia y con los ojos bien abiertos a la realidad.

Girondo es un buen tema para un iniciado en lo invisible; pero como lector atento, aconsejo la captura de lo visible como circunstancia literaria. Si no, frecuentemos a Cazotte en El Diablo enamorado, un ocultista de Dijon del siglo XVIII que murió ejecutado bajo el filo implacable de la guillotina, el 25 de septiembre de 1792, en la Plaza del Carrousel. A él sí se deben estas palabras que son una definición esotérica: “El conocimiento de las cosas ocultas es un mar tormentoso en el que no se percibe la tierra firme”.

LA NOVIA DE DRÁCULA

Pues bien, quiero sin demora entrar en tema después de estas remembranzas introductorias, que bien valen la crónica. ¡Nunca, entiéndase bien, me hubiera imaginado tremendo espectáculo, cuando lo único que esperaba era desembarcar en el terreno de la poesía!

Debo añadir que llegué una mañana a un hotel del centro de esa ciudad (no al que yo aspiraba y que conocía de un viaje anterior), después de un vuelo relativamente corto desde Caracas. Y que una vez alojado allí, llegó una amiga de la dirección de Cultura, llamada Tulia, con una entusiasmada energía que brillaba en sus ojos y pendiente de mis impresiones y requerimientos. Tal es así que, enseguida, le hice saber de mi deseo de ser alojado en el Hotel Los Bordones, al que ya había sido destinado antes. Un hotel con salida al mar tal como me gustaba. Pero ella, Tulia, que era un encanto de mujer, me manifestó con toda su simpatía que la idea inicial era esa; aunque lamentablemente, por estar muy requerido el hotel por esos días, habían tenido que desistir del propósito.

Naturalmente, murmuré mi contrariedad. Y ella me dejó abierta una lejana posibilidad de complacer mi deseo. Sólo tenía que hacer unas consultas y más tarde me comunicaría sobre la novedad. Yo, en tanto, reforzaba mi actitud de querer estar frente al mar, lejos del ruido de la ciudad… ¡El mar, escritura secreta de los dioses!... Y le recité un verso del griego Odiseo Elytis: “Rumor de mar un beso en su arena acariciada…”

Guardo ese recuerdo y, con él, un profundo agradecimiento a la noticia que cambió aquella jornada en la tierra de José Antonio Ramos Sucre, el inolvidable hacedor de maravillas ancestrales que se suicidara en Suiza por los años treinta.

Como era de esperar, Tulia me trajo la sorprendente noticia de un posible traslado. Fue tan rápido como un rayo que cae en el infinito del horizonte: un señor empresario (después me enteré que era su prometido), me ofrecía compartir una suite en Los Bordones. Al mismo tiempo, lo que fue otra sorpresa para mí, el novelista argentino Manuel Puig, casualmente en esa parte del mundo, me ofrecía también, compartir su habitación. Pero como Puig estaba pasando por una rara virosis (una gripe que por esos días se llamaba “Travolta”), hizo que aceptara la primera oferta con toda la generosa amabilidad del todavía desconocido personaje al que yo le quedaría, eso es, definitivamente agradecido.

Sin embargo, tuve la suerte de visitar viejas casonas coloniales con sus tinglados adyacentes y murciélagos incluidos, así como gatos y perros. También conocí ancianos que leían la suerte y poetas del lugar que esperaban mi intervención como conferencista. No me hubiera extrañado ver por allí al Conde Saint Germain o a Cagliostro, invitándome a penetrar la noche y dejarme seducir por la luna serena, mansa de luminosidad como una mujer desnuda…

Por esos días escribía poemas de una fibra desconocida que irían, más tarde, a habitar algunos de mis libros.

ENCUENTRO CON EL VAMPIRO

Lo cierto es que aquel día, conocí a un personaje extraño, que entraría después en la galería personal de los más raros e insólitos que no me podía dar crédito ni credibilidad, porque su solo nombre, me remonta al enigma de Transilvania, a la película de Murnau y su Nosferatu, lo que ya es todo un acontecimiento. Y al Príncipe Drácula, aquél monarca que luchó contra el imperio otomano y, por supuesto, al personaje central del escritor irlandés Bram Stoker que lo inmortalizara en su célebre novela del siglo XIX. Stoker, estaba imbuido del espíritu romántico de la época y fue amigo del poeta inglés Rosetti. Una serie de misteriosas escenas visten de negras sombras, entre velas, castillos y sugerentes fragancias, a esas presencias perdidas en el tiempo y en las brumas de la época.

No obstante eso, repentinamente, tuve frente a mí a un señor de origen europeo (creo que polaco) de algo más de setenta y cinco años, llamado, ni más ni menos, que Drácula, Joseph Drácula, que decía ser pariente del monarca rumano. Eso me heló la sangre y congeló el alma.

Si no fuera porque Manuel Puig me situaba en la realidad, o Tulia, o Mireya (Directora de la Casa de la Cultura) no me dieran fe de ello, jamás hubiera relacionado esa presencia con la legendaria del mundo de los muertos. Las abominables escenas de las invasiones turcas, sus torturas y perversidades, que, de alguna manera, fueron desnaturalizando la imagen de un héroe nacional en un ser sediento de sangre y que los alemanes llevaron al cine con el nombre de Nosferatu. Personaje que, en realidad, es la imagen de un trashumante calvo, con dientes de rata, que atraviesa océanos e invade alcobas de mujeres solitarias al filo de la medianoche. Son imágenes, creo yo, inevitables y espeluznantes que también encarnaron actores británicos.

Pero me pregunto: ¿cómo este Drácula podía estar en un sitio como la playa de Cumaná, metamorfoseándose ahora, en un correcto empresario polaco, novio por demás de Tulia, que tan cordialmente había intercedido ante él, para que compartiera su habitación y su intimidad? ¿Cómo era posible eso? Con el agregado que él, Drácula, “se sentiría muy honrado con mi presencia”. Sí, la situación era extraña. Tan extraña que Mireya no hablaba de otra cosa. Y que el propio engripado Manuel, me confesara su sorpresa acerca del personaje a orillas de la piscina. Al mismo tiempo que se entusiasmaba con el tema de mi conferencia sobre Oliverio.

Dije unas palabras de Girondo que traían a la memoria su Espantapájaros, el que dice:

Las mujeres vampiro son menos peligrosas que las mujeres con un sexo prehensil.

Desde hace siglos, se conocen diversos medios para protegernos contra las primeras.

Se sabe, por ejemplo, que una fricción de trementina después del baño, logra en la mayoría de los casos, inmunizarnos; pues lo único que les gusta a las mujeres vampiro es el sabor marítimo de nuestra sangre, esa reminiscencia que perdura en nosotros, de la época en que fuimos tiburón o cangrejo.

La imposibilidad en que se encuentran de hundirnos su lanceta en silencio,

disminuye, por otra parte, los riesgos de un ataque imprevisto. Basta con que al

oírlas nos hagamos los muertos para que después de olfatearnos y comprobar nuestra inmovilidad, revoloteen un instante y nos dejen tranquilos.

Contra las mujeres de sexo prehensil, en cambio, casi todas las formas defensivas resultan ineficaces. Sin duda, los calzoncillos erizables y algunos otros preventivos, pueden ofrecer sus ventajas; pero la violencia de honda con que nos arrojan su sexo, rara vez nos da tiempo de utilizarlos, ya que antes de advertir su presencia, nos desbarrancan en una montaña rusa de espasmos interminables, y no tenemos más remedio que resignarnos a una inmovilidad de meses, si pretendemos recuperar los kilos que hemos perdido en un instante.

Entre las creaciones que inventa el sexualismo, las mencionadas, sin embargo, son las menos temibles. Mucho más peligrosas, sin discusión alguna, resultan las mujeres eléctricas, y esto, por un simple motivo: las mujeres eléctricas operan a distancia.

Insensiblemente, a través del tiempo y del espacio, nos van cargando como un acumulador, hasta que de pronto entramos en un contacto tan íntimo con ellas, que nos hospedan sus mismas ondulaciones y sus mismos parásitos.

Es inútil que nos aislemos como un anacoreta o como un piano. Los pantalones de amianto y los pararrayos testiculares son iguales a cero. Nuestra carne adquiere, poco a poco, propiedades de imán. Las tachuelas, los alfileres, los culos de botella que perforan nuestra epidermis, nos emparentan con esos fetiches africanos acribillados de hierros enmohecidos. Progresivamente, las descargas que ponen a prueba nuestros nervios de alta tensión, nos galvanizan desde el occipucio hasta las uñas de los pies. En todo instante se nos escapan de los poros centenares de chispas que nos obligan a vivir en pelotas. Hasta que el

día menos pensado, la mujer que nos electriza intensifica tanto sus descargas sexuales, que termina por electrocutarnos en un espasmo, lleno de

interrupciones y de cortocircuitos.

Lo que le obligaba a Puig a preguntarme, insistentemente, si sabía quién había sido la amante de Oliverio. Bestial. Aquí hay dos personajes. Y al que todavía se uniría un general retirado que bebía martinis uno detrás del otro y especulaba sobre el asunto… Hasta que de pronto, una voz en off, de la dirección del hotel, interrumpía el diálogo que teníamos bajo una sombrilla varios interlocutores y que llamaba al señor Joseph Drácula, para que se acercara a la mesa de entradas por un requerimiento telefónico. Como obedeciendo al rodaje de una película en la que los protagonistas éramos nosotros mismos.

No sé si el tema tuvo algo que ver, con el tiempo, con el argumento de la novela “El beso de la mujer araña”, o si aquel acontecimiento inspiró a Manuel hacia lo fantasmal. Lo único que sé, es que por aquellos días él realizaba un taller literario en Cumaná, y que el pobre soportaba una gripe llamada “Travolta”. En tanto que nuestro interlocutor, Drácula, decía “primitivo” cada vez que alguien mencionaba algo de un cuadro o de una escultura. Recuerdo que Manuel se paseaba con un impermeable a lo largo de la piscina del hotel y de a ratos se aparecía diciéndome si sabía quién era la amante de Oliverio Girondo. En tanto que Drácula, decía que su tía había sido la amante de un Papa, lo que no deslucía como algo apasionante a mis oídos.

CENA SIN CANDELABROS

A todo esto, los organizadores de mi conferencia me invitaban, una vez concluida la misma, a una cena con abundante vino. Por aquel tiempo yo razonaba en torno al mito y su enigma. Y sacaba mis conclusiones sobre el “personaje que acababa de conocer”, que seguía los parámetros de un enamorador de funcionarias de arte como Tulia. Por eso me intrigaba su presencia y, además, porque como en el personaje de Nosferatu, debía yo dormir en su habitación aquella noche.

Un poema del modernista Efrén Rebolledo, El Vampiro, dice:

Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos

por tus cándidas formas como un río,

y esparzo en su raudal crespo y sombrío

las rosas encendidas de mis besos.

En tanto que deshojo los espesos

anillos, siento el roce leve y frío

de tu mano y un largo calosfrío

me recorre y penetra hasta los huesos.

Tus pupilas caóticas y hurañas

destellan cuando escuchas el suspiro

que sale desgarrando mis entrañas.

Y mientras yo agonizo, sedienta,

finges un negro y pertinaz vampiro

que de mi ardiente sangre se alimenta.

El tema de sobremesa, en definitiva, era previsible: a una velada encantadora, le seguía la preocupación de mis anfitriones acerca de mi experiencia con el ser de las tinieblas al que, inconscientemente, ya empezaba a temer por mi seguridad nocturna. Yo no conocía de ajos ni de crucifijos (ya que soy pagano por naturaleza) y menos todavía de estacas o balas de plata que debían acertar en el corazón del personaje. La piedra de toque del asunto estaba en mi capacidad de soslayar cualquier manifestación de la criatura. En una palabra, no sabía cómo enfrentar un acercamiento de ese tipo. Y más allá de las bromas de mis contertulios. Me enfundé en un criterio empirista que seguramente habría de expirar al amanecer y desintegrarse como un fantasma al día siguiente, cuando el sol estuviera en lo alto. ¿Me refugiaría entonces en Tristán Corbière? ¿Llamaría a la Condesa Sangrienta Erzébet Báthory? ¿Invocaría a la pluma de Bram Stoker? No. Porque inesperadamente, Manuel me sorprende con un nombre acerca de la amante de Oliverio:

-Gloria Alcorta…- me dice pícaramente.

Yo creo que el poema de Girondo tiene efectos cardiovasculares de sístole y diástole lírica. No es común en poetas de su generación ese juego de espejismos verbales que consiguen dar mercurios cromos y otros resplandores conceptuales.

¿Cómo puede uno atenerse a sus fantasmas mentales en un momento así? Como así también aparece su insomne Interlunio, Caligrama, En la masmédula, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía; y por añadidura, esa historia con Gloria Alcorta que Manuel se moría por relatarme junto a la piscina del hotel, así como un resumen completo de su instancia amorosa por la que fuera expulsado de México, su departamento en Nueva York y otras confidencias personales que se sucedieron después de la salida de Argentina, durante la dictadura militar, debido a su libro The Buenos Aires affair.


CON EL PERSONAJE

Tiene el cabello muy blanco y las cejas pobladas. Sus ojos son autoritarios pero controlados de un antiguo resplandor. Dice tener 75 años y me relata acerca de una tía suya que fue amante del pontífice de la iglesia católica (¿se entiende?).

Le oí decir al anciano que no hay poder temporal, ni verdad de otras dimensiones que fueran superior a la naturaleza sensual, es decir, a esa proximidad de los cuerpos. Ahí, sí, resplandece su monóculo como un cristal misterioso, que por infinita vez, acude a reforzar sus palabras. A mí me estremece el calcular sus posibilidades. Por deseos que tenga en ahondar en el tema, sus deducciones serán siempre ácidas, cortantes, concluyentes. Para sus conclusiones, como ya dije, todo es vulgar y primitivo. Primitivos los cuadros que se exhiben en el hotel y los comentarios al respecto.

La noche es suave, intensa, de luna llena.

A pesar de todo, duermo con el corazón tranquilo en aquella habitación, con Drácula a mi izquierda. Una luz amarillenta ilumina un ángulo de la entrada de la habitación.

Me despertó el sonido del teléfono. Era una de las asistentes que me invitaba para el desayuno. La habitación, ahora, estaba vacía. Contrariamente a la noche anterior me sentía agotado, sin reflejos, apenas capaz de mover la cabeza hacia el espejo. Mi imagen era atroz. La jaqueca era intensa y sólo me provocaba dormir, dormir, dormir. Pero ella, con cierta actitud pícara, se río del otro lado del auricular y me respondió con un dejo de sorna:

- ¡No todos los días se duerme con el Conde Drácula!

Horas más tarde estoy frente al personaje. Analizo su rostro detenidamente. Un raro resplandor aparece en sus ojos. Pero unas palabras, al parecer inocentes, me resolvieron salir de inmediato de Cumaná, cuando una de las camareras, que parecía sonámbula, tomó su mano con desusada confianza y me miró de soslayo, para finalmente exclamar:

- ¡Está noche será de luna llena! ¿Verdad, conde?...



lunes, 2 de noviembre de 2009