viernes, 2 de octubre de 2009

Poema

EN AQUELLA ANTIGUA TEMPESTAD DE TURNER


En verdad, yo venía siempre relampagueante como un sol;
y cada jueves moría por costumbre, por cuidar la alegría
/ de mis ojos,
olvidado en la bodega de un viejo galeón hundido en las
/ Antillas.
Nunca en la Costa de Marfil, ni en las vivas aguas corales
/ de la Polinesia.
He muerto muchas veces, bien lo sé, para bucear en aquellas
/ profundidades.
Y quedaba con incrustaciones de antiguos cristales de
/ Estambul,
en el polvo azul de un nácar misterioso.
Y así permanecía como una formidable estatua marina...

También tenía por costumbre revivir en los naufragios, las
/ tempestades de Turner.
Solía desentrañar al ángel de vidrio de Cocteau, antes de
/ entrar en el olvido;
y esculpir viejas lápidas antes de la resurrección, imitando
/ la ferocidad del demonio.
En verdad, renazco cada martes como el cielo manda.
Nunca en el Valle Perdido ni el Turquestán de los
/ malvados.
Jamás condenado al basalto gris o a la desolación.
Mis contentamientos eran muy humildes. Me gustaba el
/ sonido de los peces,
y la piedra ambarina que acumula recuerdos y más recuerdos,
/ como un dios mitológico.

Me hundía contigo, sin duda, reina de mis desventuras, en las
/ encrespadas aguas de la memoria.
Con esa extraña manía y ese cruel sentido del humor.


(De Mirada de Brueghel, F.C.E., México, 1990)

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